domingo, 3 de marzo de 2013

El sueño



El sueño

Eran silenciosos al amarse mas no por eso su amor estaba despojado de pasión, más bien al revés: cada roce, cada caricia, cada mirada, cada beso, contenía cientos de miles de voltios. Con cada movimiento penetraban allende el físico, llegando de la mano a ese recóndito lugar del alma que todo lo abarca, entonces juntos se fundían en uno con el universo.
Solo se los oía respirar, a veces al unísono, a veces por separado, hasta que por fin tras minutos íntimos que parecían eternos, llegaba el silencio absoluto, y de sus sexos surgían poderosas olas parecidas a los versos de Ovidio que inundaban sus seres de un placer callado e indescriptible, el cenit, el culmen, la última estrofa de un soneto, el coro de la novena.
Exhaustos yacían abrazados, sus cuerpos sudorosos desprendían ese olor metálico y penetrante tan característico. Aferrábase el uno a la otra con fuerza, como si a través del contacto pudiera evitar la insoportable sensación de aislamiento, de soledad; besábale la otra al uno, en los ojos, en las mejillas, en la calva, y cada beso amortiguaba la caída del alma al cuerpo. Sin embargo sus almas, antes fundidas en una sola, sentíanse ahora melancólicas, invadidas por la añoranza de aquel que ha tenido y deja de tener. Ella le mira profundamente con esos ojos enormes e infinitos, azules como el frio cielo del invierno; él le es reciproco a través de la palabra y rompe el silencio con un susurro, casi inaudible, que ella no oye pero entiende. Jamás tan sublime melodía ha sido tan callada.
Permanecen así, juntos pero cada vez más separados, satisfechos, saciados, en paz. Se dicen te amo una y otra vez, pero las palabras son mudas. Finalmente el sueño se apodera del uno y la otra apoya su cabeza en su pecho, el olor a él la envuelve, su cabeza sube y baja al ritmo de la respiración ajena. Es el momento del día que ella más disfruta, se siente segura, relajada. Al contrario que él, ella desciende poco a poco, hacía el sueño, no se deja atrapar sino que conscientemente flirtea con la onírica, abre puerta tras puerta, hasta llegar a una última, grande y pesada, de madera de tilo, tras la cual se encuentra el infinito subconsciente, los sueños. Era en los sueños donde hallaba sus respuestas, donde entendía la vida, donde vivía esa voz que la guiaba en su evolución personal.

        Hace calor, mucho calor, el sol en lo alto ha desterrado a las sombras, y no corre ni una gota de viento. Aun así la mar se muestra brava, enfadada, poderosa. Ella levanta la mirada, ve su cuerpo desnudo y moreno, el niño tiene la piel mediterránea de su padre, se alegra de no tener que preocuparse por el efecto del sol justiciero en su tierna piel. Están solos en la playa, es pequeña, detrás de ellos se levanta un inmenso acantilado, la marea sube, y la playa se va estrechando rápidamente. Son de tal tamaño las olas que a pesar del calor no se atreven a bañarse. Vuelve a levantar la mirada y le ve jugando con el niño, lanzándolo al aire, ríe el niño y contagia al padre. Los mira un rato sin que ellos se den cuenta, tanto tiempo esperando esta imagen, se siente tranquila, realizada, segura; cierra los ojos y se concentra en los rayos de sol que bañan su cuerpo desnudo.
De repente, de forma absolutamente inesperada una fría ola de descomunal tamaño la arrastra. En vano intenta luchar en su contra, mas es mínima la fuerza del humano comparada con la ira de Neptuno. Su cuerpo baila al son de una terrible melodía, se golpea contra las rocas, es empujada mar adentro, revuelta, retorcida. Siente una gran sensación de impotencia, le falta el aire pero es tal su confusión que no sabe dónde acaba el infierno y empieza la vida de nuevo. Se apodera de ella el pánico tan repentinamente como llegó la ola, y no es por su vida que teme sino por la de su hijo; entonces su aire importa poco ya, sus golpes dejan de dolerle, pero su alma se retuerce torturada por el temor de que la llama  de la vida del tan esperado hijo se apague, ¿acaso puede una tierna llama de vela sobrevivir a una tormenta? Ningún amor es tan poderoso como el amor de una madre, y en medio del caos clama a los dioses por la vida del pequeño:
-Llevadme a mí, pero no os llevéis el capullo de mi amor, no antes de que haya florecido, no antes de que haya tenido la oportunidad de ser fruto, no antes de que haya podido por lo menos asombrarse ante la magia de la creación.
Involuntariamente intenta respirar y lo que debiera ser aire, es agua. Empieza a hundirse en un pozo profundo y oscuro, el dolor deja paso a una sensación placentera, enturbiada tan solo por el miedo.
Entonces su yo deja de serlo. Se ve a sí misma recostada en la playa, al niño y al padre jugando, es una perspectiva extraña, ajena a ella pero creíble. Ve a la mar encabritada, vomitando olas cada vez más grandes. Hasta que la ve llegar, avanzando a paso constante, imparable, decidida, firme, en dirección a todo aquello a lo que ama. Entiende que no hay escapatoria, detrás de ellos se levanta el enorme acantilado. En vano grita, pero el sonido es mudo. La ola se acerca, es por lo menos el doble de su tamaño. Con violencia se estrella contra ellos y contra la pared que tienen detrás. Un profundo e incontrolable temor se apodera de nuevo de toda ella. Su alma se sacude violentamente, siente dolor, los da por perdidos.
Poco a poco la resaca se lleva a la ola, Neptuno se retira, teme no volver a verlos más, que hayan sido devorados por tan magnífica fuerza. Sin embargo, tal y como se va retirando la ola se empieza a dibujar su cuerpo. Primero ve su cabeza, erguida y orgullosa, mirando desafiante a la mar. Conforme va descendiendo la ola, ve la frágil cabeza del bebé, recostada en el grande pecho del padre, sus pequeños brazos abrazados a su cuello, los brazos de él agarrándolo con fuerza. Por último, ve sus piernas, fijadas al suelo, como si de raíces de un viejo roble se tratara…

Abre los ojos y respira aliviada, siente que aún le falta el aire. A su lado yace él, sumido en un profundo sueño. Lo abraza con fuerza, lo besa, apoya su cabeza en su grande pecho y vuelve a sentir el latido de su corazón, su cabeza se mueve al ritmo de su respiración. Poco a poco se le pasa el susto, se siente segura de nuevo y aunque le cuesta volver a conciliar el sueño está ahí donde quiere estar.    


A.M.B.

Julio de 2011

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