jueves, 9 de enero de 2014

Odi la semilla


A mi ahijadita Pía, que la quiero muchísimo.



Odi la semilla


 Ilustración de Sophie Mason  




         Odi era una semilla de diente de león. Nació en un prado verde de las montañas, entre rojas amapolas y violetas. Aunque hacía mucho frío, ella estaba siempre calentita, ya que pasaba los días y las noches abrazada a sus hermanas, y juntas formaban un jersey de algodón con forma de pelota.
         Era muy feliz, quería mucho a sus hermanas y se llevaba muy bien con todos los habitantes del prado: con Molly la amapola, Sally la violeta, Vince el abejorro, Lola la libélula, Víctor el escarabajo…
         Una noche, de repente, el Viento comenzó a soplar fortísimo, y sonaba como el aullido de un lobo en las noches de luna llena. Y sopló y sopló, cada vez con más fuerza, y una a una se fue llevando a todas las hermanas de Odi. Se quedo sola. Tenía mucho miedo y se agarraba a su madre con todas sus fuerzas, pero el Viento es mucho más poderoso que una pequeña semilla, así que al final se la acabó llevando.
         Tenía mucho frío y estaba muy asustada. Hasta entonces su único movimiento había sido suave, meciéndose en la agradable brisa de la tarde, agarrada a sus hermanas. Ahora flotaba sola y a toda velocidad por la noche oscura.
         Tras la larga noche por fin llegó la luz, y comenzó a dibujar un precioso paisaje que Odi no había visto jamás. Primero en tonos grises, y luego, cuando el sol asomó su sonriente y amarilla cara por el oriente, en miles de colores. Nuestra pequeña amiga se quedó fascinada, era tan bonito lo que veía que se le olvidó el miedo.
         Se acordó de Robin, un simpático y colorido pájaro que se había posado junto a ella una vez en el prado. Odi, sorprendida por este nuevo personaje que no conocía, le preguntó de dónde venía.
         -Del cielo- pió Robin.
         -Pero en el cielo no viven más que el sol, las estrellas, y la luna- contestó Odi.
         -También vivimos los pájaros, ya que nos dieron alas para volar- cantó alegre Robín.
         Se dio cuenta entonces de que como Robin, estaba volando, ¡y eso que no tenía alas! Ya no se sentía sola, ni desabrigada, ni desprotegida, ni asustada; ahora se sentía libre. Y eso la hacía muy feliz, más de lo que nunca había estado.
         Voló alta en el cielo, por encima de valles y montañas, de ríos y de lagos, de profundas gargantas y de suaves lomas. Vio cabras con curvados cuernos colgadas de las cimas rocosas, caballos cabalgando por verdes praderas, vacas pastando tranquilas, ovejas balando tras su pastor; zorros, gatos, gallinas, ratones; águilas que volaban aún más alto que ella dibujando enormes círculos en el cielo… También vio muchos árboles diferentes: afilados chopos, magníficos robles, generosos castaños, pinos que cosían el aire, desnudos alcornoques, retorcidos olivos viejos, redondeadas encinas…
         Un día llegó al Mar, y le impresionó mucho su profundo color azul. ¡Era inmenso! Mucho más grande que nada de lo que hubiera visto antes. Cantaba y su voz se parecía a la del Viento, pero era más grave. Su movimiento le recordó al mecer en la suave brisa, abrazada a sus hermanas, en el verde prado de las montañas. Por primera vez en mucho tiempo se sintió triste, las echaba de menos. También se sintió cansada.
         El Viento, que tras tanto viajar juntos le había tomado cariño, lo notó y le dijo con voz de silbido:
         -Es hora de que nos separemos y nos digamos adiós.
         Entonces dejo de soplar y nuestra pequeña amiga comenzó a descender, hasta que cayó en una verde isla al otro lado del mar. Triste y sola Odi se quedó dormida, y la Tierra, siempre hambrienta, se la tragó.
         Al despertar y verse enterrada y a oscuras se asustó mucho. Estaba atrapada. Pero entonces se acordó de aquella larga noche en que comenzó a volar, y como cuando salió el sol, con su sonriente cara amarilla, se fue la oscuridad. Así que valiente, comenzó a empujar con todas sus fuerzas para salir de la tierra y volver a la luz. Y empujó, y empujó, y empujó…
         Tanto empujó que consiguió brotar, y su cabeza asomó por encima de la tierra. De nuevo sintió la cálida luz del sol en su cara y de nuevo pudo respirar el aire fresco.
         Lo que Odi no sabía es que ya no era una semilla, se había transformado en una preciosa flor amarilla.






A.M.B.
Enero de 2014

4 comentarios:

  1. Menos mal que el pájaro no tenia hambre, si no Odi tendría que haber preparado bien la huida.

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    1. Peor hubiera sido si Odi fuese un gusano, entonces si que se la hubiera zampado. Yo creo que con Odi la semilla se hubiera atragantado.

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    2. Cierto, aunque para volar tendría que haber sido polilla, y solo tu eres capaz de encontrar belleza en semejante bicho asqueroso

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  2. Fabuloso cuento, con muchas lecciones que aprender.
    Me han entrado unas ganas locas de viajar......

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