sábado, 10 de mayo de 2014

Como Barro de Alfarero - Acto I










ACTO I

Escena 1

         Se abre el telón, suena el 3º movimiento de la 3ª Sinfonía de Johannes Brahms. Entre penumbras una figura avejentada moldea suavemente el barro que gira en su torno. La música y la luz se apagan al mismo tiempo, progresivamente.



Escena 2

El silbido del tren entrando en la estación deshace el silencio en la solitaria plaza del pueblo. Entra Blanca con una maleta en cada mano, se detiene un momento, y tras contemplar la plaza en derredor, suspira, dejando caer su mirada hacia el suelo.

(Entra) Eleuterio: ¡Ay, el tiempo que se me escapa y aún todo por montar!

Comienza a montar la terraza, cuando se percata de la presencia de Blanca.

Blanca (acercándose): Buenos días. ¿Está don Severiano?

Eleuterio: Don Severiano… se fue hace mucho tiempo allá de donde ya no se regresa. 

Blanca: ¿Ha muerto, entonces?

Eleuterio: Cinco años ha, Dios le tenga en Su Gloria.

Blanca: Vaya, es una lástima. Era una persona entrañable.

Eleuterio: Pocas mejores que él he conocido.

Blanca: ¿Y cómo se llama usted, y de qué pueblo es?

Eleuterio: Eleuterio, y soy del otro lado de la Sierra, un pueblo muy pequeñito, sólo un poco mayor que éste.

Blanca: ¿Y qué le trae por aquí?

Eleuterio: La necesidad, uno tiene que buscarse la vida. Allá en mi pueblo ya no hay a quién servir. Al principio marcharon los jóvenes, y luego, poco a poco, se fueron yendo los mayores, uno tras otro, pero ya no nos sorprendía, parecía que hacía mucho tiempo que se estaban despidiendo. Ahora allí, ya no queda nadie. Es como un gran robledal, al que, a pesar de haber estado abrazado a sus hojas durante todo el otoño, le hubiera llegado por fin el invierno.

Blanca (le mira atentamente): ¿Y ya no volverá la primavera?
 


Eleuterio: Tal vez la primavera sea para los capullos y las flores, e incluso para los hombres, pero no sé yo si vuelve a los pueblos.

Blanca: Pues en mi caso, la primavera fue la época en la que más feliz fui aquí.

Eleuterio: Ya veo entonces por qué ha vuelto usted ahora, el prado de detrás de la iglesia está cubierto de amapolas.

Blanca (absorta): “Amapolas, sangre de la tierra…”

Eleuterio: ¿Disculpe?

Blanca: No… Nada nada. Cosas mías.

Eleuterio: Y bien, ¿desea tomar algo?

Blanca: Gracias, póngame un café con leche, si es tan amable.

Sale Eleuterio.

(Entra) Arturo: ¿Blanca? ¡Blanquita! ¿Cómo tú por aquí?


Blanca: Pues no sé, creo que había quedado con alguien, pero con la cabeza que tengo a lo mejor me he equivocado de año.

Arturo: No, hahaha, yo soy escritor, y cosmopolita es aquél que no pertenece a ningún sitio y a todos a la vez.

Eleuterio: Pues sí que me vengo dando cuenta yo de que la gente ya no sabe muy bien dónde están sus raíces.

Blanca: En realidad somos ambos de aquí, de Navavieja, pero hará diez años nuestros caminos nos llevaron lejos de este pueblo, en el que crecimos. A nosotros dos, y a los que están por llegar.

Arturo: Por cierto, ¿qué sabes de ellos, has mantenido el contacto a lo largo de estos años?

Blanca: Pues no mucho la verdad, sólo la sempiterna felicitación navideña de Adri, y un contacto muy superficial con el resto a través de internet.

Eleuterio: Entonces, ¿van a ser ustedes muchos?

Arturo: Pues por lo menos por lo menos, fiables, lo que se dice fiables, tres más, porque… (mirando a Blanca) ¿Eduardo?

Blanca aparta la mirada, Eleuterio sale.

Entra Enrique, se acerca a la terraza y se detiene contemplando a la pareja.

Blanca: ¡Enrique! (se levanta y le da un abrazo) ¿Cómo estás? Pero bueno, qué elegante.

Arturo: Caballero (estrechándole la mano y terminando por abrazarle) Me alegro de verte, Rey Midas.

Enrique: Y yo a vosotros. (Suspira y mira alrededor) Este sitio sigue igual, parece como si el tiempo se deslizase fuera de sus límites, como si sus límites no los marcara el valle, el río y la casa del alfarero.

Arturo: Je, al fin y al cabo el tiempo no es más que una ilusión. Tal vez en este lugar, que es nuestro origen, se nos presenten las cosas en su carácter más esencial.

Blanca: Pues hay cosas que ya no siguen igual. El pobre don Severiano ya no está. Falleció hace unos cinco años, según me acaba de contar el camarero.

Arturo: Muchos habrán pasado ya a mejor vida. Cuando nos fuimos de aquí, el deporte favorito de la gente más joven que quedó, era el dominó.

Blanca: Es una lástima, pero hay que hacerse a la idea de que las personas a las que se trata un día, el día siguiente pueden no volver.

Enrique: Es cierto, ¿sigues en el mismo hospital, el que estaba a la orilla del mar?


Blanca: Sí, en el mismo. Desde que me cambié tras terminar la especialidad no me he movido de allí.

Arturo: Médica cirujano, cardiovascular… Tiene que ser una sensación excitante hendir la hoja en la carne palpitante de alguien cuya vida late entre tus dedos.

Blanca: Excitante no es la palabra que yo emplearía.

Enrique: Trascendente, tal vez.
  
Blanca: Bueno chicos, ¿queréis tomar algo?

Enrique: Un café.

Arturo: Yo prefiero un carajillo.

         A lo lejos se escuchan dos voces femeninas.

Adri: Ay, ay, ay, la casa de Doña María, ay la plaza, ay la fuente…

Bibi: Este pueblo parece salido de una película de Almodóvar.

Blanca: ¡Adri!

Adri: ¡Ayyyy mis niños, y mi Blanquita! (Se abalanza sobre ellos y los abraza y los besuquea) ¡Qué ilu! Ya tocaba que organizásemos una reunión, es que si no se me ocurre igual se nos va la vida y no nos volvemos a ver. Bibi, Bibi, ven que te presento. (La prende efusivamente de las manos y la atrae hacia ellos) Ésta es Blanquita, la más lista de la clase, es cirujana, y de las buenas, buenas. El guapetón éste de aquí es Arturo, es escritor. Y este caballero tan elegante es Enrique, el soltero más pretendido del pueblo ¡y la capital! Chicos, os quiero presentar a Bibi, el amor de mi vida.

         Arturo se sobresalta sorprendido.

Blanca: Encantada de conocerte.

Arturo: Vaya, no sabía que tuvieras… pareja.

Adri: Sí, llevamos cuatro años juntas, ay chicos, es una historia tan romántica… como de cuento de hadas. Nos conocimos en un crucero maravilloso surcando el Mediterráneo.

Bibi: Bueno, más que un crucero un ferri, de Barcelona a Marsella.

Adri: Yo venía… bueno ya sabéis, las cosas no me iban demasiado bien, me sentía un poquitín sola, había perdido la fe en el amor; pero entonces la vi allí, en la proa, con la melena suelta al viento. Yo no sabía que era gay, claro, pero pensé ¡qué importa! Cuando dos almas se atraen son como dos inmensos imanes. Empezamos a hablar y resultó que era, bueno, es, una mujer superinteresante, ¡es marchante de arte! Y me contó cosas tan bonitas… ¿sabéis que hoy en día cualquier cosa puede ser arte?

Bibi: Resumiendo, que nos metimos en el camarote y no salimos hasta llegar a Marsella.

Adri: Y de Marsella, directitas al cielo.

Arturo: Vaya, pues sí que llegasteis pronto, a Dante le costó dos volúmenes de transición.

Bibi: ¡Ay por Dios, qué antiguo! Estamos en el siglo XXI, ya nadie se inspira en Dante para hacer arte.

         A lo lejos se oyen bocinazos.

Enrique: ¿Y dónde se encuentra tu galería?

Bibi: Pues mira, en el centro, en un edificio antiguo superchulo; está que se cae a pedazos, pero es lo más in, con vigas de madera originales en el techo, y pared a obra abierta. Tiene un aire así como a loft de New York, pero con más estilo, ya sabes, europeo, que estos americanos al final son unos horteras.

         Se oye el ruido de una maleta con ruedas acercándose.

(Entra) Mila: Yuhu! What’s up? ¿Habéis visto lo mal que está la carretera? OMG! Si es que parece un camino de cabras, no la deben haber arreglado desde que Massiel ganó Eurovisión. Y para colmo, llegando, se me cruza un rebaño de ovejas con pastor y perro incluidos, y me han tenido ahí parada por lo menos cinco minutos, y porque me he liado a bocinazos, que si no igual no llego ni al aperitivo. ¿Qué quieren, que me quede admirando el paisaje?  Está gente de campo es de lo menos cívica.

Adri: ¡Milagritos! ¡Qué ilusión! Mira Bibi, ésta es Milagritos, mi vecina. De la panadería de sus padres salía el mejor pan de la comarca.

Mila (tajante): Milagritos belongs to the past. Si no te importa, “Mila”. Y no me hables de pan, que cada vez que paso cerca de una panadería, el olor me hace sentirme enjaulada.

Arturo: Oh, ésas son las únicas jaulas verdaderas; la del olfato, la visión, el tacto… los sentidos. Somos cautivos de nuestros sentidos.

Mila: Sí, desde luego se puede decir que algunos están cruelmente encerrados en su cuerpo.

Blanca: Bueno chicos, ¿os parece que nos sentemos y tomemos algo tranquilamente?

Adri: Sí, que tenemos que ponernos al día de todo.

Mila (mientras todos se sientan): Vale, ¿quién sirve aquí?


Enrique (que se disponía a sentarse vuelve a erguirse, causando la sorpresa de Mila): Será mejor que vaya a pedir adentro, será más rápido. (Sale)

Mila: Vaya, el príncipe se disfraza de criado.

Arturo: El príncipe del viento.

Blanca: Y del Sol.

Mila: Y de la inmensa cuenta corriente que le ha permitido comprarse ese chalet en la sierra.

Blanca: A ti tampoco te ha ido mal, ¿verdad?

Mila: Pues no querida, no me ha ido mal, pero cuando trabajas tan intensamente como yo, y te hablo de horas y horas, no como el típico obrero que termina su turno y se puede ir a casa a descansar y a ver la tele; no, no puedes permitirte relax. Mi profesión me exige que me lleve el trabajo a casa. No puedes desconectar, está el proyecto siempre bullendo en tu cabeza. Las grandes empresas dependen de nosotros, los creativos, para vender sus productos. En el mundo de hoy, si no estás en los medios, no existes.

Arturo: Eso me decía siempre mi editor, pero yo le replicaba que los escritores tenemos que concentrarnos en nuestra obra, en escribir nuestra obra, y no en preocuparnos de quién y de cómo nos van a leer.


Entra Enrique.

Bibi: Pero sin público, no escribes más que para tirarlo al vacío. Mira, yo en mi círculo trato con muchos artistas, y sólo los que hacen de su persona su obra principal, son los que triunfan.

Blanca: Entonces qué sugieres, ¿que el artista forma parte de la obra de arte?

Bibi: No, que la obra empieza y termina en el artista. Porque no es hasta que el artista recibe las felicitaciones del público, cuando se da por completada la experiencia artística.  

Enrique: Nunca he visto al Greco en el Prado recibiendo las felicitaciones de nadie.

Arturo: Además, la literatura no es como otras disciplinas artísticas; es, por definición, solitaria. Sólo en las ferias, cuando firmamos libros, recibimos la admiración del público.

Adri: Pues mira Bibi, a mí este vaso me recuerda a la última exposición de tu galería, ésa de las fotos de vasos medio llenos o medio vacíos, ¿cómo se llamaba? Ah sí, era “El Yo Seco: desamparo; el Yo húmedo: esperanza”.

Arturo: Oh, parece la crónica de un orgasmo: “El Yo húmedo: clímax; el Yo Seco: frigidez”.

Blanca: Enrique, antes estábamos hablando de ti. ¿Cómo te va con tu empresa? ¿Estás satisfecho?

Enrique: Sí, aunque siempre se pueden hacer las cosas mejor.

Mila: Bájate del tren Enrique, que no estamos en una junta de accionistas. No es ningún secreto que te has hecho de oro. El otro día estuve leyendo un artículo sobre tu empresa en el “Expansión”, y remarcaban tu magnífico crecimiento con respecto a tus competidores.

Blanca: Siempre creímos que entrarías a trabajar en la empresa de tu padre; es muy admirable que decidieras fundar tu propia empresa, con el riesgo que eso conlleva.

Arturo: Todos afrontamos riesgos. La vida se hila con nuestras decisiones. De hecho, contemplémonos, aquí aparece representado un cuadro perfecto de esto que digo. Cinco de los que estamos sentados alrededor de esta mesa, partimos hace diez años de este pequeño microcosmos nuestro, este pequeño pueblo que había sido nuestro nido, nuestra cuna y nuestro refugio, para despegar al mundo exterior, a ese mundo que se abría a nuestra imaginación como la infinita promesa de la satisfacción de unos deseos largo tiempo incubados. ¿Qué íbamos a encontrarnos? ¿Se verían nuestros proyectos realizados? No lo sabíamos, sólo lo queríamos. Pero afrontamos el riesgo, lo hicimos y aquí estamos, diez años después, con nuestros triunfos y nuestros fracasos. De hecho, no todos los que partimos, hemos vuelto hoy aquí.    
        
         Los amigos miran a Blanca.

Adri: Sí, es una pena que Eduardo no haya venido. La verdad es que aún tenía la esperanza de que apareciese. (A Blanca) ¿Sabes cómo le va?

Blanca (languideciendo): Hace bastantes años que no sé nada de él.

Enrique: Hace un par, yo recibí una carta suya. Sigue en la Universidad de Jena, o por lo menos seguía entonces. Me adjuntó un poema precioso que había traducido, de Horacio.

Arturo (citando): “(…) Mientras hablo, el tiempo celoso habrá escapado, goza del día y no jures que otro igual vendrá después.”

Enrique: No, no trataba el “Carpe Diem”, era un poema moralista.

Arturo: Vaya, pues sí que ha cambiado con los años el bueno de Eduardo.

Adri: Sabía tanto de las palabras. Siempre decía que en el origen de las palabras estaba su verdad, aunque yo nunca lo entendí del todo. Sin embargo
tú, Blanquita, nos contabas de una forma tan dulce que supiste que estabas enamorada de él, cuando te explicó por primera vez el origen de una palabra. Por cierto, ¿cuál era?

Blanca (esquiva): No sé, la he olvidado.

Mila: Ufff, qué deja vu, ya estáis otra vez con la etimología.

Adri (a Blanca): Me dio mucha pena cuando me enteré que habíais roto, eráis la pareja perfecta, os imaginaba envejeciendo juntos.

Mila: Sí, pero eso ya pasó, hablemos de lo que importa: el presente. ¿No te despertarás sola todas las mañanas?

Blanca: Sola no, con Chopin; se sube a mi cama todas las noches.

Arturo: ¿Se sube? Sí que has desarrollado un gusto excéntrico.

Blanca: Es mi gato, aunque en realidad sólo lo veo en la cama.

Mila: Esos son los mejores; los que sólo tratas en la cama.

Bibi: Eso pensaba yo antes, cuando cada noche una mujer distinta pasaba por mis sábanas. Pero desde
que estoy con Adri, no echo nada de menos el pendoneo.

Mila: Yo valoro por encima de todo mi independencia, es que pienso en despertarme al lado de la misma persona cada mañana, y me da algo. Eso del matrimonio era para nuestras abuelas.

Adri: Qué fuerte eres Mila, yo soy todo lo contrario, desde que vivo con Bibi me siento mucho más segura de mí misma.

Blanca: No todo el mundo sabe estar solo. Aunque todo se aprende.

Arturo: Corregidme si me equivoco pero, salvo Adri y Bibi ¿ninguno de nosotros tiene pareja estable, verdad? (Se miran entre ellos un momento) Pintoresco el cuadro, desde luego. Hace unas décadas era prácticamente imposible que en esta misma plaza, se hallasen seis personas de nuestra edad de las cuales cuatro, no estuviesen casadas.

Bibi (tras un breve silencio): A ver, explicadme, cómo va esto de la romería.

Enrique: ¿Has oído hablar de la del Rocío?

Bibi: Sí, algo he visto en las noticias.

Enrique: Pues es similar pero a escala. A ocho kilómetros del pueblo está la ermita de Nuestra Señora de las Ortigas, cuya festividad se celebra en la segunda luna llena de primavera. Cuentan los mayores, que aquél que vaya en Romería en la señalada fecha y haga una ofrenda a la Virgen, se verá recompensado con abundancia en sus cosechas llegado el otoño.

Mila: Supersticiones de la arcaica España rural.

Enrique: No exentas, no obstante, de un halo misterioso y antiguo que parece trasladarte atrás en el tiempo.

Bibi: A mí el folklore me encanta, y además se está volviendo a poner muy de moda.

Arturo: Irónico que el folklore, que sienta sus bases en la tradición, sea envestido con los efímeros disfraces con que se entretiene la moda.

Blanca: Después de las ofrendas, se bebe vino en copas de arcilla; una copa por cada fanega de tierra que se posee. Y una vez degustado el vino, se arroja la copa contra el suelo. Así vuelve a la tierra.

Enrique: De la que se ha bebido y de la que se espera comer.

Adri: Me pregunto si aún seguirá haciendo las copas el alfarero.

Arturo: Es muy probable, ¿quién si no?


Mila: ¿Pero seguirá siendo el mismo?

Arturo: Nunca tuvo un aprendiz, y que yo sepa no tenía intención de instruir a ninguno.

Enrique: Amaba la soledad, diría que por encima de todo, salvo la tierra a la que daba forma.

Blanca: ¿Y sus libros? Tenía una buena biblioteca, ¿no?

Enrique: Desde luego, y mucho aprendimos de aquellos viejos libros de páginas amarillentas. De ahí se podría decir que viene nuestra vocación… Es decir, la vocación de escritor de Arturo, la de filólogo de Eduardo, y mi pasión por la lectura. Pero creo que yo nunca le vi leyendo, ni una sola vez.

Adri: Lo que yo no entiendo es cómo os ganasteis su confianza vosotros tres, con lo huraño que era. Apenas se relacionaba con el resto del pueblo. Fíjate que ni siquiera acudía a la romería para la que él mismo moldeaba las copas.

Arturo: Y era el único ausente de todo el pueblo. Yo creo que el viejo nos tomó cariño justo a los tres chicos porque se sentía solo, y su deseo hubiera sido tener un hijo varón.

Enrique: ¿Alguna vez te sugirió algo en ese sentido?

Arturo: No, es tan sólo una intuición.


Adri: A mí es que me daba miedo. Siempre tan apartado de todo el mundo. Podían pasar meses y meses en que no lo veías ni una vez, y cuando de repente aparecía no hablaba con nadie.

Blanca: Me pregunto cómo será su voz.

Enrique: Seca y profunda, arrugada.

Arturo: La primera vez que la escuché, la esperaba cargada de ira; no en vano nos habíamos colado en su casa, en una cálida noche de verano, y habíamos manoseado sus herramientas. Sin embargo, se acercó a mí con paso sereno. Desde el otro extremo del taller lo vi, portando una vela a punto de consumirse, aproximándose con la mirada intensa fija en mí. Me puso la mano en la cabeza y, con sorprendente ternura, me dijo algo extrañísimo.

Adri: ¿Qué te dijo?

Blanca: “Muchacho, en el tiempo en el que esta vela lleva encendida, he imaginado miles de rostros, pero una vez se haya extinguido, sólo uno quedará en mi memoria”.


Fin del Acto I






 
 
 

 


 
 





 





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